Categoría: Investigación en Problemáticas Sociales
Artículo reflexión
La perra de Pilar Quintana: Una aproximación desde la melancolía, la maternidad y el territorio.
Liz Cabrera; María Isabel Rincón; Frank Julio
1.Investigadores asociados Gimnasio Campestre.
Correspondencia para los autores: lcabrera@campestre.edu.co, mrincon@campestre.edu.co, fjulio@campestre.edu.co
Recibido: 19 de abril de 2022
Aceptado: 25 de mayo de 2022

Resumen
El presente texto tiene como propósito analizar la novela de Pilar Quintana La perra, con base en las categorías de violencia, maternidad y el cuerpo como territorio de transformaciones del sujeto; lo anterior partiendo de la relación entre contexto narrativo, elementos simbólicos de la novela y una conceptualización de dichos símbolos con base en fuentes de crítica literaria, sociología y psicología. Para el desarrollo de este escrito se tuvo en cuenta como metodología el análisis del discurso literario y la condición histórico-política en la que se enmarca el desarrollo de la historia. El texto se divide en tres partes que intentan hacerle ver al lector la transición de los hechos de vida de la protagonista hacia una relación con el espacio habitado, lo anterior mediado por el concepto de la maternidad.
Palabras clave
Literatura Colombiana, Pilar Quintana, análisis del discurso, maternidad, cuerpo, territorio.
The purpose of this article is to analyze the novel “La perra” written by Pilar Quintana. The analysis is based on categories like violence, maternity and the body as the place where self -transformation takes place. According to that, this text stablishes the link between narrative context, literary symbols, and their meaning, based on criticism literary, sociologist and psychology. The methodological process considers textual analysis and the historical and political conditions of the novel. The text is divided into three sections aimed to illustrate the relationship between the main character`s life story, and the place she lives, in relation to maternity.
Key words
Colombian Literature, Pilar Quintana, Textual Analysis, Maternity, Body, Territory.
“Las vivencias narradas en sus novelas parecieran mostrarnos con lujo de detalles cómo las circunstancias particulares del territorio que habitan estos.”
Introducción: La importancia de otorgarle voz a los personajes vulnerados.
La lectura de la obra de Pilar Quintana supone un énfasis importante en aquellos personajes que cumplen con una doble condición: pertenecer a una sociedad y al mismo tiempo sentirse ajenos a ella. Las vivencias narradas en sus novelas parecieran mostrarnos con lujo de detalles cómo las circunstancias particulares del territorio que habitan estos, mina de un modo hondo la construcción misma de la subjetividad, de la comprensión de los otros y de los elementos que los atan a ese ser identitario que en ocasiones se vuelve fragmentario y melancólico.
Asistimos entonces a una profunda reflexión sobre el hecho mismo de construir una realidad que no es posible cambiar, una en la cual no hay más remedio que la aceptación pasiva de sus acontecimientos; el transcurrir de la vida se convierte en un lastre del que no es posible escapar (naturalización de la violencia familiar, la no posibilidad de pensar en un porvenir que suponga un esquema de vida distinto, la incapacidad de generar pensamiento que cuestione la realidad misma que se vive) y al mismo tiempo se convierte en el elemento de transformación del personaje. Mientras que los griegos consideraban que los elementos que dan lugar a la tragedia se gestan en función del intento del personaje por eludir su destino, en la obra de Quintana se hace tangible el destino del personaje desde las primeras páginas de sus novelas, lo interesante de su obra resulta entonces de ese acatamiento a la existencia como el camino que da lugar a reflexiones sobre la muerte, la maternidad o el abandono; es el espacio habitado por los personajes el que resulta como un insumo fundamental de una serie de metamorfosis que se experimentan a partir del dolor y el desencanto. Todo lo anterior con un lenguaje que parte de la sencillez, de una gramática simple que escapa a los eufemismos y a los intentos pretensiosos de una literatura llena de artificios.

De acuerdo con lo descrito, el presente texto tiene por objetivo analizar una de sus tres novelas, aquella denominada “La perra”, partiendo de la categorización del cuerpo como territorio de la violencia y el olvido. Este análisis tiene como germen la pregunta por la relación entre esas violencias silenciosas, que justamente por su carácter escondido y cotidiano se vuelven tan peligrosas, y la vivencia particular del sujeto que habita esos rincones olvidados y desprotegidos de Colombia. De fondo se plantea un vínculo entre el territorio y el sujeto, un acercamiento que se da necesariamente desde el dolor de anhelar un cambio profundo en la existencia en contraposición al paso del tiempo que intenta negar dicha posibilidad. Hablar de violencias soterradas supone pasar la página de aquella tradición literaria colombiana que se encargó de visibilizar el conflicto, y aunque es un riesgo estético y político plantear un esquema narrativo ya no desde bandos enfrentados sino desde las condiciones residuales de una gran violencia acaecida durante más de cincuenta años; la importancia de la obra de Quintana radica en el hecho de darle voz a esas historias de personajes que a nadie parecieran importarle, pero que son absolutamente legítimas como testimonio de una difícil realidad.
En su escritura se hace tangible la violencia que se vive al interior del individuo, cuyas prácticas culturales se han trasladado de grandes problemas políticos y sociales a entornos personales e íntimos , haciendo posible el análisis no solo de la construcción subjetiva de aspectos como la ideología, la ética o la moral, sino a partir de la interacción con el entorno por medio de la propia corporalidad, es decir, la manera en la que el cuerpo del sujeto permite una interrelación con el todo, aquello que le supone su existencia como individuo en un espacio determinado. Las concepciones del cuerpo obedecen también a una manera de manifestar la propia realidad interior. Serres (2010) considera que el cuerpo no es solo un efecto colateral de un cerebro pensante sino una posibilidad de re-significacion de la existencia , un cambio interior que permite el tránsito hacia una metamorfosis que pone en duda los valores establecidos y los convierte en una ética personal, es la construcción de la memoria individual a partir de las experiencias del cuerpo con su entorno; es en medio de esas interacciones donde la mirada del otro y su juicio crítico con base en convenciones culturales permiten un análisis del cuerpo como territorio político, construido a partir de consensos humanos en diferentes lugares y momentos. La novela en cuestión permite un acercamiento a esas formas de interpretación de la realidad, pone un énfasis importantísimo en la relación entre el cuerpo como realidad y la mismo tiempo la realidad corporalizada , es decir, se hace visible que las acciones que le son externas al sujeto obedecen también a una lógica que se manifiesta en lo más profundo del mundo interior de cada personaje y, finalmente, resultan como una simbiosis alegórica de aquellas condiciones sociales y culturales que suceden en los rincones olvidados de esta nación [1].
[1] Cabe anotar que si bien la novela plantea una problemática de violencia en la esfera privada de la protagonista con respecto a un territorio hostil e inhóspito, es posible pensar en estos lugares olvidados también desde esos rincones de la cotidianidad de la ciudad, a los cuales muchas veces se invisibiliza por lograr una apariencia de perfección con respecto a los valores canónicos del deber ser de la vida familiar, aquí entrarían en juego las violencias de la esfera personal que no son evidenciadas, independientemente de la clase social donde suceden.
A modo de síntesis, previo al análisis de la obra.
El argumento de La perra es sencillo, Damaris es una mujer que vive en un lugar del pacífico, está entrada en años y no ha logrado tener hijos luego de intentarlo durante años. Un día decide adoptar a una perra a la cua llama Chirly, nombre que a su vez es con el que hubiera llamado a su hija en caso de haberla concebido. Lo que viene de allí en adelante es una suerte de transformación del personaje haciendo un énfasis importante en un recuerdo doloroso y traumático de la infancia de la protagonista: La muerte de Nicolasito, un amigo suyo que para el momento de los acontecimientos tenía escasos siete años y que fue llevado por una ola en medio de una salida cerca de un acantilado. Todo lo descrito es fundamental para establecer la relación entre el cuerpo y el flagelo de diferentes tipos de violencias, lo anterior teniendo en cuenta que sobre el cuerpo de Damaris se ejercen una serie de castigos durante y después de la muerte de Nicolasito, en principio físicos y con el tiempo se manifiestan en aspectos culturales e ideológicos del territorio que ella habita.

I. El cuerpo como territorio (melancolía como deseo insatisfecho)
Freud (1915) explicaba que la diferencia entre duelo y melancolía radicaba en el hecho de que el primero era una tendencia natural luego de una perdida importante para el sujeto, una modificación traumática y repentina de su realidad; mientras que la melancolía era una condición patológica porque el motivo del sufrimiento psíquico del sujeto no era la pérdida del objeto amado sino la pérdida misma del yo, el inconsciente del individuo se proyectaba en ese anhelo insatisfecho, pero generaba una tensión enorme en la vida psíquica de los pacientes. No es que no se perdiera a alguien o a algo, la condición melancólica implicaba la pérdida del objeto amado y de la relación entre el yo y ese objeto, haciendo más difícil la recomposición anímica del paciente. Esta perdida de la identidad podía generar enormes procesos de decaimiento anímico para quien los vivía y, generalmente, surgían en el paciente síntomas como una marcada tendencia al auto-juzgamiento y censura, era una especie de culpabilización por aquello que se perdió, independientemente de que el sujeto tuviera o no relación con el motivo de la pérdida. Para este autor, la melancolía era un trastorno narcisista pues involucraba directamente la anulación misma de la subjetividad, de la identidad; hecho que favorecía la aparición de pensamientos negativos y un retraimiento de la personalidad.
En el contexto de la novela, se hace evidente una tendencia melancólica de su protagonista, esta cobra importancia si se analiza la relación entre Damaris y Nicolasito, ella es una niña con dificultades familiares cuyo anhelo de un porvenir mejor se representa en su amigo Nicolasito, un niño de ciudad cuya familia tiene una casa de descanso cerca del acantilado en el pacífico colombiano; de fondo la relación que se establece entre los niños es la clara diferenciación social entre el contexto de vida de cada uno y el elemento que los correlaciona es el territorio mismo del acantilado, mientras para Damaris este lugar es el paisaje naturalizado y des-romantizado del pacífico, para Nicolasito este lugar supone un punto de referencia de la exotización del territorio, un contexto que le es ajeno justamente por lo apartado que es a la vida citadina, tan llena de seguridades y protecciones para la infancia. El acantilado para Nicolasito y su familia representa un lugar de descanso y entretenimiento, nunca un lugar para ser habitado de manera continua, este lugar está desprovisto de ese sutil encanto de las comodidades de la ciudad. La pérdida de Damaris cuando muere Nicolasito no se da solo en el contexto de la amistad con el niño, sino que funge a su vez como un espejo que hace evidente la diferenciación entre lo rural y lo urbano, cuando muere el niño se pierde la conexión entre los discursos de la ciudad y la periferia y, finalmente, este evento supone la pérdida definitiva de la infancia de la protagonista, de ahí en delante se le hará responsable y culpable de cualquier evento que suceda en su posterior vida adulta. El evento en cuestión es narrado por Quintana (2017) de esta manera:
Damaris trató de impedirlo, le explicó que era peligroso, le dijo que en ese lugar las peñas eran resbalosas y el mar traicionero. Pero él no hizo caso, se paró sobre las peñas y la ola que reventó en ese momento, una ola violenta, se lo llevó. La imagen quedó grabada en la memoria de Damaris así: un niño blanco y alto frente al mar, a continuación el chorro blanco de la ola y luego nada, las peñas vacías sobre un mar verde que a lo lejos parecía tranquilo. Y ella ahí, junto a las arrieras, sin poder hacer nada. (p.16)
Lo que sucede después de este acontecimiento es la búsqueda constante del cuerpo del niño con la correlativa culpabilización hacia Damaris por parte de su tío, quien en un intento por recordarle que el cuerpo no aparecía, le propinaba un latigazo por cada día de búsqueda de este.
Entonces el tío agarraba una rama de guayabo dura y elástica y la azotaba. La tía Gilma le había dicho que no se tensara, que entre más flojos tuviera los muslos, que era donde el tío le pegaba, menos le dolería. Ella lo intentaba, pero el susto y el estallido del primer latigazo hacían que apretara todos los músculos, y cada nuevo latigazo la lastimaba más que el anterior. Sus muslos parecían la espalda de Cristo.(p.17)
La última parte de este fragmento resulta de vital importancia para establecer la relación entre el efecto psicológico de ver a Nicolasito ser llevado por la ola y la flagelación corporal a la que era sometida, lo anterior como si fuera la mártir que debiera pagar con su dolor corporal el hecho mismo de no haber advertido lo suficiente al niño, blanco y de ciudad, para que no tomara la decisión de moverse hacia esas rocas peligrosas. En la novela se le propinaron trienta y cuatro latigazos a Damaris, ese número que de manera recurrente hace alusión cercana a la edad de Cristo cuando fue crucificado; la última oración del fragmento hace énfasis en esa analogía cristiana del cuerpo como lugar de tormento por las culpas ajenas, el chivo expiatorio de los pecados que nadie más quiere asumir.
La escena explicada hace visibles varias condiciones para el momento en el cual Damaris se encuentra: es una niña que vive en ese pacífico olvidado, cerca del mar y con un paisaje hostil y peligroso, es además una niña cuyo contexto familiar se diferenciaba enormemente de la imagen estable y feliz de la familia de Nicolasito y por último, no era la niña blanca de ciudad como sí lo era su compañero de aventuras. Por otra parte, la expresión interior del sufrimiento de Damaris al finalizar este capítulo, se logra únicamente cuando encuentran el cuerpo del niño. “La tía Gilma le pasó el brazo a Damaris por la espalda y ella no aguantó más y se soltó a llorar por primera vez desde la tragedia”. (Quintana:2017).

Se ve entonces el cuerpo de Damaris como el lugar depositario del castigo y al mismo tiempo como la fuerza irrefrenable de la tragedia, ese no poder manifestar que se sufre, esa imposibilidad de comunicar lo que se lleva en el alma pues la mente se concentra en asimilar su propia culpabilidad; el llanto de Damaris pareciera ser la génesis de una cadena causal de sufrimientos asociados a un contexto infantil, es el cuerpo de Damaris el que al perder a un niño cerca del acantilado pareciera haberle enviado el mensaje a su inconsciente de que no sería conveniente traer hijos al mundo si ella no iba a ser capaz de cuidarlos de un peligro inminente. Esa negación posterior de su cuerpo por concebir un hijo pareciera el símbolo inequívoco de la aniquilación de la niñez en todas sus formas, el evento de Nicolasito no solo es el hecho de una pérdida importante para los Reyes (familia de Nicolasito), sino el elemento que da paso al sufrimiento adulto en una niña de siete años; es este escenario el inicio de una serie de metamorfosis a las que se verá enfrentada la protagonista de esta historia. Dado lo anterior, parece visible una relación entre el trauma por la pérdida de Nicolasito y los constantes cuestionamientos de Damaris hacia sí misma, cuando, de adulta, no logra concebir hijos; esa tendencia melancólica que simboliza que ese destino tan desprovisto de fuerza y vitalidad se deriva del hecho mismo de la negación a procrear por temor a repetir si quiera un escenario parecido. Aquí se ve entonces que la melancolía como causa psicológica del personaje se transfiere al cuerpo de la protagonista como una negación al hecho mismo de concebir, factor que pone de plano la oposición entre dos eventos que suceden al interior de Damaris: El deseo incesante de construir un esquema de familia tal como lo propende la sociedad en la que vive y la negación de su fisiología a llevar a feliz término dicho deseo; en palabras de Salgado (2018) “La piel es el medium de traspaso, conecta exterior e interior” (p.4). La resolución de dicha tensión psicológica puede resolverse, o bien buscando un sustituto del objeto amado o bien imaginando dicha situación. Al respecto Salgado (2018) hace un acercamiento a la concepción del cuerpo como espacio de transformaciones, unas que no se dan necesariamente por vía de los elementos culturales heredados, sino con base en la consciencia particular del individuo, lo anterior supone la relación entre la imaginación como evasión de la realidad y esa misma imaginación como lugar de profundas transformaciones en el ser. Dado esto, el lugar que adquiere la palabra resulta en ocasiones como un sustituto de los hechos acaecidos en la realidad del sujeto, esto hace manifiesto, cómo pueden existir otras configuraciones de la existencia, es la posibilidad de imaginar la experiencia y vivirla aunque esta no sea real:
La virtualidad, el ser desde lo posible, encierra, a manera de aleph, todos los mundos e inmiscuye al alma en un ambiente simulado, en una atmósfera de invención que recrea las condiciones de otro lugar; el cuerpo aquí imagina: piensa como imagen y la hace presente (Salgado:2018. p.2)
Ahora bien, no ha de olvidarse en este análisis que el cuerpo que se analiza es aquel que está en condición de determinar o no la gestación de un infante , luego se hace tangible que es el espacio femenino aquel que se encuentra en la base del cuestionamiento social por no poder concebir y al mismo tiempo por haber dejado morir a otro ser , a este respecto Silva (2007) menciona:
La teoría feminista ha insistido en probar cómo el cuerpo no es una naturaleza y por lo tanto, su único conocimiento se logra a partir de representaciones. Así, el cuerpo no existe en algo que podríamos llamar un ‘estado normal’, sino que es una realidad cambiante de una sociedad a otra. Las significaciones sobre el cuerpo van desde el lugar como encuentro de energías en las sociedades tradicionales hasta el componente individual y delimitante del cuerpo en la modernidad. (p.59).
De acuerdo con lo anterior, Salgado (2018) plantea la metáfora del arlequín como una manera de comprender las transformaciones del sujeto, en este caso, el sujeto femenino; la figura de este personaje sirve para determinar que en medio de sus constantes viajes , los elementos que lo revisten son fragmentos de realidad que le dan un atributo de collage, una conexión entre piezas que aunque parezcan incongruentes, dan lugar a una configuración global de una postura frente al mundo, sea esta mediada por las situaciones azarosas de la vida o por la oportunidad de re-significarlas.
De acuerdo con lo anterior, Salgado (2018) plantea la metáfora del arlequín como una manera de comprender las transformaciones del sujeto, en este caso, el sujeto femenino; la figura de este personaje sirve para determinar que en medio de sus constantes viajes , los elementos que lo revisten son fragmentos de realidad que le dan un atributo de collage, una conexión entre piezas que aunque parezcan incongruentes, dan lugar a una configuración global de una postura frente al mundo, sea esta mediada por las situaciones azarosas de la vida o por la oportunidad de re-significarlas.
Aquí se hace visible una segunda condición importante en la novela de Quintana: Damaris al no poder concebir un hijo, decide adoptar a una perra a la que llama Chirly, nombre con el cual hubiera llamado a su hija en caso de haberla podido concebir. La transferencia del nombre de su hija no nacida a la perra solventa desde el uso del lenguaje la creación de una fantasía maternal: “Como no tenía dónde meter a la perra, se la puso contra el pecho. Le cabía en las manos, le hacía sentir unas ganas muy grandes de abrazarla fuerte y llorar”. (p.6)
Damaris hace a la perra depositaria de su amor materno, busca el reemplazo ineludible de una condición que en su vida consciente le es imposible, es decir, la protagonista recurre al escenario imaginativo de facultar de condiciones humanas a ese ser que no ha dado a luz de manera biológica.
II. Maternidad: un deber ser
Históricamente la maternidad se ha constituido no solamente en un hecho biológico sino en un discurso social, que configura a la mujer dentro de unos imaginarios que le imponen un deber ser en relación con su cuerpo y con lo que se espera de ella frente a su condición femenina. Es decir, que el hecho de ser mujer presupone que en su naturaleza femenina también está implícito el rol materno[2] , es así, como las palabras maternidad y mujer se han entendido en total correlación dentro de mecanismos de poder que se establecen en muchas culturas dentro de una normatividad patriarcal. Para Tubert (2012), la capacidad reproductora de la mujer se instaura en una norma que controla su sexualidad y su fecundidad, invisibilizándola tras su función materna:
“El orden simbólico de la cultura crea determinadas representaciones, imágenes o figuras atravesadas por relaciones de poder, de modo que el orden dominante es el resultado de la imposición de unos discursos y prácticas sobre los otros, articulada con el ejercicio del poder por parte de los hombres-padres como grupo o colectivo sobre las mujeres como grupo social”
Ahora bien, con relación a la obra La perra, el relato sugiere una suerte de tensiones que recaen sobre la feminidad de Damaris y su maternidad, que la interpelan y ponen de manifiesto su deseo constante de tener un hijo. Así mismo, el tiempo transcurre, convirtiéndose en un factor que vulnera el cuerpo de una mujer que desea ser madre: “Ahora estaba a punto de cumplir cuarenta, la edad en que las mujeres se secan, como le había oído decir una vez a su tío Eliécer” (Quintanta, p. 25). A su vez, surgen los cuestionamientos sociales e individuales, ya que la misma Damaris evidencia una anomalía en su cuerpo frente al hecho de no quedar embarazada, por lo tanto, recurre a prácticas poco tradicionales como hierbas, infusiones, rezos, sahumerios, baños y ceremonias. En el entorno de Damaris el hecho de no poder concebir es un motivo de vergüenza, pero es una vergüenza que debe afrontar y asumir por sí misma, por esta razón le oculta dichas prácticas a su marido:
“…Aunque se sentía un poco deshonesta, consideraba que esas cuestiones eran asunto suyo y de nadie más. Las infusiones las preparaba y tomaba a escondidas, cuando Rogelio Salía a pescar o cazar” (p.19)
[2] Esto sumado a las violencias prenatales y en el momento mismo de la concepción , sobre todo en términos médicos, los cuales en muchas ocasiones (cursos psicoprofilácticos y otros esquemas de “capacitación” para la madre) ponen un enorme peso vital sobre la responsabilidad que tiene la madre para con su hijo , de algún modo se entienden estas dinámicas que la biología misma pondera el rol materno por encima de la responsabilidad compartida con el progenitor del infante que está a punto de nacer.

la mujer que vive la experiencia de la maternidad, no la vive sola, sino que esa experiencia se desarrolla dentro de una comunidad, sin embargo, se aventura en un viaje al interior de su propio cuerpo.
Para Oiberman (2005), la mujer que vive la experiencia de la maternidad, no la vive sola, sino que esa experiencia se desarrolla dentro de una comunidad, sin embargo, se aventura en un viaje al interior de su propio cuerpo. Dicho esto, en la obra se hace evidente un proceso contrario frente a la imposibilidad de la maternidad; Damaris no solamente emprende un aislamiento físico, que la lleva a vivir en una cabaña distante en un acantilado, sino que se retrae en un mundo que transcurre entre los quehaceres domésticos y sus telenovelas. Su propio cuerpo es una materialidad incómoda, que le estorba, lo reconoce como un cuerpo que no le daba hijos, que solo le servía para romper cosas y que sus manos guardan la similitud con las de un hombre; por lo que carece de aquello que la identifica en su feminidad. Así, por ejemplo, Butler (2018) afirma que el género es performativo, ya que se evidencia a través de la normatividad que nos impone identificarnos en un género o en el otro en un sistema que suele ser binario.
Llegados a este punto, es importante recordar que Damaris tampoco tuvo una figura materna durante su infancia, ya que su madre la deja muy pequeña al cuidado del tío Eliécer y su familia, mientras ella va a trabajar a un pueblo cercano. Las visitas son ocasionales y cuando la relación parece estrecharse, muere víctima de un disparo, es decir, que el personaje transmite al lector su propia carencia, que se torna en obsesión frente a la experiencia de la maternidad. El punto de inflexión surge con la aparición de la perra como una posibilidad para esa maternidad no lograda biológicamente , ella se va a convertir en sujeto-objeto del afecto y protección que una madre prodiga a un hijo:
Durante el día Damaris llevaba a la perra metida en el brasier, entre sus tetas blandas y generosas, para mantenerla calientica. Por las noches la dejaba en la caja de cartón que le había regalado don Jaime, con una botella de agua caliente y la camiseta que había usado ese día para que no extrañara su olor (p.16)
Un último aspecto a considerar, es el cuerpo de la perra como una metáfora de la fertilidad de la cual carece el cuerpo de Damaris. A través de estas materialidades se establece una relación entre mujer y animal, en la que subyacen una suerte de complicidades dadas por el afecto de Damaris y por la aparente lealtad de la perra. Sin embargo, dicha relación se desestabiliza en el momento que la perra no muestra dependencia de su dueña y se adentra durante días en la espesa selva que rodea la cabaña; la fractura definitiva se hace evidente en el instante que Damaris descubre que la perra está embarazada. A este respecto, Giorgi (2014) afirma, que el cuerpo del animal se concibe como un signo político:
La vida animal empezará, de modos cada vez más insistentes, a irrumpir en el interior de las casas, las cárceles, las ciudades; los espacios de la política y de lo político verán emerger en su interior una vida animal para la cual no tienen nombre; sobre todo, allí donde se interrogue el cuerpo, sus deseos, sus enfermedades, sus pasiones y sus afectos, allí donde el cuerpo se vuelva un protagonista y un motor de las investigaciones estéticas a la vez que horizonte de apuestas políticas, despuntará una animalidad que ya no podrá ser separada con precisión de la vida humana. (p.11)

III. Naturaleza…espacio indomable.
La naturaleza se convierte en actor principal en la obra Quintana. Es en el acantilado, el mar y la selva espesa en donde se lleva a cabo la trama de los personajes; allí se pierde Nicolasito, se pone en evidencia el temor, el dolor y la angustia de Damaris en la búsqueda de Chirly; pero también se reconocen los sentimientos de culpa y deleite que se apoderan de Damaris al final de la obra. Si bien, la naturaleza es el escenario en el que se van desarrollando los acontecimientos, Quintana se aleja de ese discurso romántico que muchas novelas evocan y por el contrario, la presenta como el reflejo de una relación dicotómica rural-urbano; centro-periferia; civilización- barbarie. Esta mirada decimonónica de la naturaleza se encuentra en algunas obras literarias latinoamericanas como Facundo: civilización y barbarie, de Sarmiento (2003) en el que se cuenta el enfrentamiento entre la vida culta de las ciudades y la vida “atrasada” del campo argentino; pero además es evidente desde la historia como disciplina en los relatos que hacen Samper y Samper, intelectuales del siglo XIX, empecinados en demostrarle a la Europa civilizada que la Nueva Granada y sus fronteras eran tierra de bárbaros y cuna de gente incivilizada, de igual modo lo relata Múnera (1997) al afirmar que las crónicas y relatos que se hacen de la nación responden a una ideología profundamente señorial, heredada de la colonia y fortalecida por los discursos eurocéntricos y racistas que llegaban de fuera; dominantes no solo en Colombia, sino en toda Latinoamérica. Cabe también anotar que Serje (2013) denuncia ese imaginario de dos colombias enfrentadas y que a su juicio favorecen la exclusión tan presente en la realidad nacional. La autora se refiere a una Colombia que forma parte del centro que representa lo urbano, civilizado y desarrollado alejado de la que define como la otra Colombia, esa que se piensa como zona roja y peligrosa que se caracteriza:
“por su inaccesibilidad y se representa como lugares remotos y aislados por una geografía salvaje e inhóspita, que no solo incluye junglas desiertos o manglares sino los paisajes extraños e inhumanos de desechos y oscuridad” (Serje2013)
Después de ese corto recorrido en el que se pueden reconocer desde diferentes disciplinas algunas obras que se acercan a esa relación bifurcada de la naturaleza, es importante centrar la atención en la obra de Quintana que recoge esa idea de la geografía del territorio colombiano que se difundió en el siglo XIX, para analizarlo desde tres relaciones que serán eje articulador en su propuesta.
Naturaleza- poderío:
La novela pone en escena la geografía de las selvas de la costa pacífica colombiana, en donde habitan pueblos de pescadores, que distanciados de territorios urbanos se enfrentan al rebusque para el sustento familiar. Quintana en sus descripciones permite que el lector se sumerja y forme parte de esos espacios geográficos, controlados por un medio ambiente agresivo y alejado del progreso, en donde se van entretejiendo las historias de los personajes que interactúan con el clima la selva y el mar.
En el tratamiento que la autora hace de la naturaleza, se infiere un discurso contra hegemónico, en la medida que muestra como el acantilado, el mar y la selva resultan indomables por la humanidad ; por el contrario, la naturaleza, termina siendo determinante en la vida de los personajes. La furia de estos espacios deja la sensación de la gente como rehén de la naturaleza, así lo advierte Przybyla (2019) (pág. 17), esta se muestra imponente y termina siendo temida y respetada por la “civilización”. Esta mirada que ofrece Quintana, resulta irreverente y contraria a la que ofrece la modernidad, donde la naturaleza es objeto de control, dominación y explotación por parte de la “civilización”
La cabaña donde vivían no quedaba en la playa sino en un acantilado selvático… Para llegar al pueblo se bajaba por unas escaleras largas y empinadas que, como llovía tanto, debían restregar a menudo para quitarles la lama y que no se pusieran resbalosas.
Luego había que atravesar la caleta, un brazo del mar ancho y torrentoso como un río, que se llenaba y vaciaba con la marea (p.9)
Naturaleza-Muerte:
La muerte acompañada de misterio, oscuridad y desesperanza es una constante a lo largo de la narrativa en la obra de Quintana. Esta va deambulando por el acantilado, el mar y la selva de la costa pacífica colombiana; pero también se presenta desafiante en los truenos y rayos que acompañan la tempestad en los días y noches de los protagonistas. Así, aparece, de repente y al asecho, para terminar atrapando el destino de los más vulnerables como Nicolasito, el Señor Gene y Chirly; quienes son desplazados a un segundo plano, para dar protagonismo a los detalles que dejan al descubierto la manera como la naturaleza los lleva a sus entrañas y acaba con sus vidas. En la tragedia de Nicolasito, el niño es identificado atrapado y robado por el acantilado, para ser devuelto sin vida 33 días después. Los acontecimientos ocurren frente a la mirada impávida de Damaris:
Damaris tuvo que devolverse sola por una selva que le pareció más cerrada y oscura que nunca. Arriba las copas de los árboles se juntaban y abajo cruzaban sus raíces. Los pies se le enterraban en la alfombra de hojas muertas del suelo y se sumían en el barro y ella empezó a sentir que la respiración que escuchaba no era suya sino de la selva. (p.18).
Pero esta imagen de naturaleza-terror-misterio es traída por Pilar Quintana nuevamente, para capturar al lector y transportarlo en la búsqueda de Chirly quien corrió abruptamente en una noche lluviosa en compañía de los perros Danger, Olivo y Mosco. Es aquí, donde Damaris vuelve a sentir esa sensación de pérdida frente a la inmensidad de la geografía. Si con el Señor Gene, el mar, esa inmensidad de agua aparentemente tranquila pero traicionero, será el encargado de devolverlo sin vida. En el caso de Chirly, es la selva, con su presencia lúgubre, la que demuestra su poderío.
“Las botas se le enredaban en las raíces y se le hundían en el barro, tropezaba, resbalaba y para tenerse en pie ponía las manos en superficies duras, mojadas o fibrosas. La rozaban cosas ásperas, peludas o con espinas y ella brincaba creyendo que era una araña, una culebra de las que vivían en los árboles o un chimbilaco chupador de sangre, pero no la mordió nada, solo la picaban los zancudos, pero a ella no le importaba y seguía buscando en la oscuridad” (p.29)
Naturaleza-Violencia:
La imagen de las cortinas destruidas por Chirly, al final de la obra, despierta en Damaris una serie de sentimientos ocultos que no logra controlar y la llevan a acabar con la vida de la perra de una manera “salvaje”. Esta actitud irracional, carente de piedad termina siendo como lo advierte Przybyla (2019) una extensión de la naturaleza en la vida de la protagonista “la naturaleza de pronto toma un protagonismo crítico en la vida de Damaris y cuya hegemonía sobre ella influirá determinadamente” (p.17). El personaje termina agotado después de haber acabado con la vida de la perra, pero también es en este momento en el que reflexiona sobre su vida y manifiesta esa soledad individual que la acompañó desde su niñez.
Era un aguacero potente, pero como no había viento caía estable y vertical sobre el techo de asbesto, martillándolo, ahogando todos los demás sonidos, todas las otras sensaciones, y a Damaris le pareció que no lo iba a poder soportar ni un minuto más. No podía quitarse de la cabeza lo que había pasado, la pelea que la perra había dado, ni a ella torciendo su brazo para apretar la soga y doblegarla, jalando con todo su poder, acortando la soga hasta que ya no hubo más resistencia. (p.60)
A modo de conclusión
El cierre de este texto supone volver sobre las categorías de melancolía, maternidad y naturaleza, dado que estas fueron el eje articulador desde el cual se estableció el acercamiento a la interpretación de la novela La perra de Pilar Quintana.
En primer lugar, la lectura de dicha obra, no solo enriquece un panorama polifónico en la interpretación de una realidad violenta, sino que permite el abordaje de los comportamientos residuales de un conflicto interno que lleva más de cincuenta años, esos recuerdos que torturan al sujeto víctima del conflicto (no necesariamente la vivencia de una guerra) pero que van minando de una manera honda su manera de relacionarse con otros y con su entorno, es desde ahí que se construyen los personajes de Quintana, desde la posibilidad de existir en una vida anónima pero llena de cicatrices, donde el día a día hace depositarios a los habitantes del territorio de una serie de comportamientos hostiles contra la naturaleza, los animales y la vida familiar. El hecho mismo de plantear su novela en un territorio exótico, pero al mismo tiempo inhóspito y desprotegido, hace visible el olvido por parte de un Estado que pareciera ver en dicho territorio un lugar digno de ser visitado pero nunca habitado de manera prolongada en el tiempo. Dicho lugar no solo corresponde a una negación de la importancia del pacífico colombiano sino que deja entrever las resquebrajadas relaciones entre las poblaciones del centro y la periferia de la sociedad, tal como se insinúa en las representaciones sociales de la familia de ciudad que ve en el acantilado una posibilidad de descanso, en contraste con ese paisaje naturalizado y sin gracia por parte de los habitantes de aquel lugar. Pese a que es en el Pacífico por donde ingresan gran parte de los productos que nutren de vida y riqueza al resto del país, este hecho genera una paradoja frente a la concepción de nación que parte de ese presupuesto eurocéntrico que da mayor importancia técnica , tecnológica y económica al centro por encima de las periferias. No obstante, todas estas relaciones se establecen a partir del desarrollo implícito de la vida familiar y cotidiana de los personajes que componen la novela, en palabras de Figueroa (2004) resultarían como un valioso insumo para diferenciar la Violencia (periodo histórico) de la violencia (consecuencia específica luego de la guerra, en principio bipartidista y luego extendida a otros ámbitos):
La Narrativa de la Violencia reelabora hechos, ficcionalizándolos o reinventándolos, para crear espacios literarios donde la realidad transfigurada permite comprender más y mejor móviles ocultos, efectos desencadenantes o secuelas irresueltas de la Violencia, la cual puede percibirse a través de imágenes significantes, cadenas simbólicas o alegorizaciones de todo tipo; tales sistemas estéticos de representación incluyen lo subjetivo y lo objetivo, lo personal y lo colectivo, lo sicológico y lo sociológico, lo visible y lo invisible, lo documental y lo ficcional. (p.98)
Para el caso concreto de La perra, cada uno de los hechos que componen la biografía de Damaris, dan cuenta de un cuerpo depositario de una cantidad insufrible de culpas que otros personajes le endilgan en honor a la justicia, es Damaris una especie de alegoría al chivo expiatorio cristiano, un ser que solo existe en su corporalidad para cargar con culpas ajenas. La infancia de Damaris incluye cruentas vivencias de castigo físico que poco a poco se van transformando en un autoflagelo psicológico, de ahí que resulte tan importante analizar el carácter melancólico de la protagonista en su vida adulta. La existencia de Damaris, permite también la identificación de una transferencia semántica de la maternidad ejercida por ésta y luego representada por la propia perra con sus cachorros, dicha transferencia genera además una ruptura con el ideal del “deber ser” del rol materno, por ende, la novela de Quintana evidencia tensiones frente al cuerpo de la mujer y la condición materna que éste supone. Además, es claro que estas tensiones se inscriben dentro de un discurso normativo que está enmarcado por una sociedad patriarcal que de alguna manera ha permeado el entorno social y cultural. Lo anterior pone de manifiesto una relación entre cuerpo y poder, en este caso el cuerpo femenino, como una suerte de materialidad de la que se puede disponer en términos de su sexualidad y su reproducción. Así mismo, la obra plantea una serie de imaginarios que se han arraigado en la sociedad y que aún hoy se mantienen como prácticas discursivas o culturales.
En segunda instancia, Quintana en su obra, asume la naturaleza como esa jungla, esa manigua indomable, allí la aparente tranquilidad del mar y la oscura y espesa selva, se convierten en personajes temibles, seres vivos con todo su furor, transgrediendo así la idea romántica de una naturaleza apacible y estática, idea que lleva a la fabricación de herramientas y armas para someterla y explotarla. La selva es deforestada, arrasada, los mares contaminados, vejados, no sólo por la agroindustria o las economías de enclave, también cada ciudadano o habitante, de manera consciente o no, contribuye con el deterioro de ella, arrojando basuras contaminantes en sus ríos, lagos y senderos, talando bosques para la ganadería y/o la construcción de viviendas.
Finalmente, Quintana identifica el miedo y la incertidumbre que la naturaleza salvaje produce como un sistema de control, respeto y conservación de la misma, sin embargo, se puede concluir que este miedo no disminuye la actitud neocolonizadora de “modernización” y aparente “desarrollo” que está llevando a su vertiginosa aniquilación.
Lista de referencias
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